Imposible fuera figurarse el inmenso pesar que reinaba en la casa de doña Elvira desde su prisión; el misterio profundo con que el tribunal inquisitorial encubría siempre sus procedimientos aumentaba el temor y el desconsuelo, no solo en los deudos de la inocente doncella, sino aún en las personas más indiferentes; ‘si un sujeto tan honrado y virtuoso se halla en tal conflicto’, decían unos, ‘¿quién estará seguro y libre?’. ‘Lástima es’, exclamaban otros, ‘que le suceda el menor desmán a tan linda señora’; ‘pero cuando la inquisición la ha preso’, contestaban algunos: ‘sus razones tendrá, y al buen callar llaman Sancho’;1 así todos, ya por preocupación, ya por miedo, acataban silenciosos los decretos del Santo Oficio; ¡cuán digno entre todos era de lástima el desgraciado don Felipe, que más que nadie adoraba a su hija! Varias veces quiso verla, pero, rechazado cruelmente por los esbirros que guardaban la entrada del subterráneo, retirábase taciturno a llorar a solas; una fiebre violenta se apoderó dél, y estaba ya en los últimos trances de su vida, cuando llegó don Tello de su viaje. ¿Podrá haber pluma, por expresiva que fuese, que pinte la desesperación de este amoroso tío? Mucho hubiera tenido que hablar; pero venció la prudencia a la indignación, y cuanto más furor se reconcentraba en su pecho, más tranquilo parecía; así, algunas veces las olas del océano están como dormidas, mientras ya el aire se oscurece, caen gruesas gotas de agua, y empieza a hervir en su seno la terrible tempestad. Los consuelos del padre Vicente, y la mejoría notable que tuvo el enfermo al otro día restituyeron algún alivio al pesar de aquella familia; ¡pero, ah! Concluyeron allí los pesares y las diversiones; aquella casa, que era el punto de reunión de los más finos amadores y de las más apuestas damas, parecía oscuro y solitario desierto: donde antes sonaban plácidos laúdes; oíanse solo lastimeros ayes, pues la inquisición, hiriendo a su víctima con el terrible anatema de impiedad, hizo que, excepto don Sancho, todos los amigos y conocidos huyesen de aquella mansión.