La literatura chilena ha tenido, desde sus comienzos, tendencia a lo narrativo, a la anécdota. Lo comprueban La Araucana, de Ercilla; el Arauco Domado, de Pedro de Oña; el Cautiverio Feliz, de Pineda y Bascuñán, y tantos otros documentos epopéyicos.

La novela, ya como género independiente, ha tenido cultivadores desde el principio de la nacionalidad. Don José Victorino Lastarria abre el camino con un llamado a los intelectuales de la época exhortándolos a mirar a su alrededor y a coger los temas que la historia, la leyenda y la vida les ponían a su alcance. Así comprendieron que en el propio medio había un rico venero literario que era perentorio elaborar.