Gran parte de la producción discursiva que se desarrolla a lo largo de la empresa colonial española en América está encaminada a describir y representar la realidad del llamado Nuevo Mundo. Los textos que resultan de la exploración, conquista y colonización van a responder a una serie de necesidades del imperio español por adquirir un conocimiento sobre la naturaleza humana y territorial en cuestión, que les posibilita justificar la presencia cristiana en esos lugares, así como la posesión de los mismos, configurados dentro de las relaciones de poder geopolítico que se vendría a implantar.

Hernán Pérez de Oliva en su obra intitulada Historia de la invención de las Indias, hace constar que los reyes de España habían nombrado a Cristóbal Colón Almirante de la Mar Océano, en agradecimiento por el servicio prestado a la corona, y para que por segunda ocasión fuera enviado a las Indias Occidentales ‘a mezclar el mundo y a dar a aquellas tierras forma de la nuestra’ (1991: 50, énfasis mío). Dentro de esta nueva configuración planetaria, se les dara ‘forma’ a las nuevas tierras a la manera europea, y con ello ser colocadas en los extremos del nuevo orden mundial, como una otredad, una extensión de lo oriental, una periferia siempre concreta y geopolíticamente determinada.

Si para Michel Foucault la producción discursiva y la genealogía del saber deben ser analizadas como estrategias de dominación, el poder que los textos de exploración producen está en relación con la economía del proyecto imperial: