Los años inmediatamente posteriores a la caída de la dictadura militar en 1983 son años cultural y políticamente eufóricos, marcados por las expectativas desencadenadas por el retorno a la democracia y el enjuiciamiento a los crímenes de la dictadura. Son los años en los que el entonces recién electo presidente Raúl Alfonsín impulsa la derogación de la ley de autoamnistía decretada por los militares antes del final de la dictadura, la creación de una “Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas” (CONADEP) a cargo de la investigación y reunión de pruebas sobre lo sucedido (cuyo informe habría de publicarse con el título Nunca Más) y el juicio civil a los ex-miembros de las Juntas Militares (a cargo de la presidencia del país durante la dictadura) en 1985. Son asimismo los años en que florece una producción cultural fuertemente caracterizada por la voluntad de relectura, representación y resignificación de la experiencia traumática de la dictadura. En la representación y denuncia de los crímenes y atrocidades cometidos por los militares, las distintas ramas del arte y la cultura en general (la literatura, el teatro, el cine, la televisión) encontraron una vocación única y sostenida. El cine, en particular, tuvo al respecto un lugar central, a través de películas como El arreglo (Fernando Ayala, 1983), Darse cuenta (Alejandro Doria, 1984), La historia oficial (Luis Puenzo, 1985), El exilio de Gardel (Fernando Solanas, 1985), Los días de junio (Alberto Fischerman, 1985), Hay unos tipos abajo (Rafael Filipelli y Emilio Alfaro, 1985), Hombre mirando al sudeste (Eliseo Subiela, 1986), La noche de los lápices (Héctor Olivera, 1986), Sur (Fernando Solanas, 1988), por nombrar sólo aquellas películas en que el tema, explícita o alegóricamente, ocupa un lugar central, pero la lista podría ampliarse a casi todas las películas del período que más indirectamente rozan en definitiva el mismo tema. Los juicios de valor respecto de las películas dedicadas a mostrar los horrores de la dictadura son menos unánimes que los referidos a la literatura postdictatorial (en general positivos respecto de esta última) y van, desde las más abiertas acusaciones de oportunismo y especulación comercial en la elección y tratamiento del tema de los desaparecidos (Poggi 15–23), pasando por la valoración de esas películas en función del tema tratado (Avelar 75), hasta la defensa de sus procedimientos mainstream, convencionales, en tanto constituirían la mejor estrategia para lograr un impacto en un público amplio (Torrents 95–96).