El olvido literario en que parece haber caído Gabriel Miró en nuestros días hacía necesaria una revisión de su obra. Era preciso averiguar si en efecto cada vez menos gente lee y disfruta de Miró y por qué parece circunscribirse a los círculos académicos, cada vez más lejos del gran público. Está claro que en gran medida ello se debe a que es un autor difícil, e incluso en su época no contó, por ello, con un público de masas. Pero no es exagerado suponer que tuvo más lectores que ahora. Miró fue, de hecho, una eminencia literaria. Ganó premios tan distinguidos como el Mariano de Cavia, de periodismo, porque, además, Miró fue un asiduo colaborador en prensa, de modo que su nombre resonaba en la esfera pública. Y fue también motivo de controvertidas polémicas de repercusión mediática, como cuando se le propuso para miembro de la Real Academia, cuando estuvo a punto de ganar el premio Fastenrath, o cuando la publicación de Figuras de la Pasión del Señor casi le costó la cárcel.

Aquí se ha partido de la idea de que Miró ha caído en el olvido por una determinada manera de leer su obra. Todavía en vida, la interpretación de sus novelas como prosas esmeradas le fue muy dañina, pues le encorsetaba en el negativo marbete de estilista: Miró era un autor que escribía bien, incluso muy bien, pero que no tenía nada que decir y que no escribía verdaderas novelas, sino poemas en prosa.