La violencia, el miedo y sus terribles secuelas han marcado de manera drástica la historia reciente del Perú, especialmente durante las décadas de los 80 y 90. Los abusos cometidos durante estos años, tanto por Sendero Luminoso como por las fuerzas militares, constituyen un trauma histórico que, lejos de haberse resuelto, continúa articulando complejos procesos sociales, políticos y sim-bólicos. Gracias a los esfuerzos realizados por entidades como la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR); la labor de historiadores, sociólogos, antro-pólogos; y las variadas articulaciones ficcionales desde el cine y la literatura, ha sido posible ganar una comprensión más honda del calado y las ramificaciones que esta época turbulenta ha dejado en la realidad nacional. En los numerosos estudios que analizan los años más difíciles del conflicto, hay un consenso que remarca la sensación de miedo como elemento constitutivo del paisaje político, psicológico y social del país. El título del famoso libro de Nelson Manrique, El tiempo del miedo, se ampara de forma significativa de una expresión que retoma y traduce de la frase quechua ayacuchana “manchay tiempo” que, en su opinión, describe fielmente una época marcada por la amenazada constante de la violencia y el autoritarismo (116–117). Ahora bien, si el temor, la angustia y la aprensión fueron las líneas dominantes que atravesaron el registro emocio-nal peruano a lo largo de las décadas más duras del conflicto, cabe preguntar: ¿Qué sucede con estas emociones tanto individuales como sociales luego de que se señalara —al menos oficialmente— el final del conflicto? ¿De qué forma persisten o se transforman estas emociones cuando las causas que las moti-varon se atenúan, se transforman o desaparecen? ¿Qué sucede en el espacio social con las estrategias de supervivencia forjadas por los hábitos del miedo? En el presente capítulo propongo un acercamiento a esta pregunta mediante la lectura de dos obras narrativas que, construidas como variaciones sobre los elementos de una trama básica que se repite, me permiten explorar la per-sistencia del miedo como un sustrato que vehicula las negociaciones de un temor y un trauma todavía activos en la sociedad peruana. En las novelas La hora azul (2005) y La pasajera (2015), de Alonso Cueto, subrayo la presencia de ecos y residuos de los temores nacidos en los años del terror, que mediante reiteraciones y reescrituras pretenden enmendar el campo simbólico de la memoria y reestructurar los balances de responsabilidad colectiva.