Es bastante larga la lista de personas que me han acompañado durante el camino de escritura de este libro. En primer lugar un agradecimiento póstumo a Antonio Benítez Rojo con el cual he empezado este camino ya hace muchos años cuando era un estudiante de doctorado en la universidad de Austin. Su disponibilidad para colaborar con mis proyectos de escritura es inolvidable, así como su generosidad en recibirme y leer todos los textos que durante los años escribía sobre su obra. Lo agradezco también por su cortesía durante mi visita a Amherst en 2001 donde tuve la oportunidad de tener largas conversaciones que, desgraciadamente, no fue posible repetir.

Un agradecimiento especial va también a su esposa Hilda que me ha recibido con mucho cariño en 2007 y, más recientemente en 2010. Su pasión por la obra de Benítez Rojo, y su resistencia al dolor por su pérdida ha sido un estímulo imprescindible para seguir con el trabajo a lo largo de los cinco años que, entre altos y bajos personales, ha tomado en realizarse.

Agradezco también a los amigos y colegas de Benítez Rojo que han compartido sus memorias conmigo. Un agradecimiento particular a Arcadio Díaz-Quiñones a quien conocí durante mi estadía en Princeton en setiembre de 2010 y con el que he tenido conversaciones fascinantes sobre el Caribe y la literatura. Su amabilidad y su compromiso con la cultura han inspirado la última parte de la investigación.