La representación de Isabel la Católica en la obra de Tirso de Molina (Fray Gabriel Téllez, c. 1579 –1648) es, aunque somera, rica en contenido y simbología. A pesar de que Isabel aparece en varias obras del autor, sólo en un par de ellas tiene la Reina una relevancia digna de análisis. En esos mundos boca arriba típicamente tirsianos, Isabel es una figura atípica en lo que toca a su representación y al delineamiento del carácter del personaje. Históricamente reconocida como una “mujer varonil”, en Tirso el personaje de Isabel sorprende por la cautela con que se representa su tan bien conocida “virilidad”. Uno esperaría que Tirso, que mostró una marcada afición por los personajes femeninos fuertes y atrevidos, aprovechara la carga histórica del personaje y su documentada “hombría” para dotar a su Isabel de un carácter más atrevido y subyugante. Por el contrario, Tirso representa a la reina como una figura ambigua que, a la vez que lleva el mensaje patriarcal por estandarte, viola las pautas del mismo al no poder, o no querer, seguirlo ella misma.

Así los dramas en los que aparece Isabel son obras que representan un mundo invertido, es decir, un mundo dirigido – o salvado – por la directa participación de las mujeres. En estas obras la mujer asume el liderazgo, en un esfuerzo por auxiliar al eje del orden establecido, esto es al hombre. Como veremos, esta preeminencia femenina no se traduce necesariamente en una subversión del orden patriarcal sino que, por el contrario, funciona como una forma de reforzarlo.

Las obras que se analizan en este capítulo son Antona García (1621–20), El amor médico (1624–25) y Doña Beatriz de Silva (1617–35).