No cabe duda de que la llamada Revolución bolivariana a menudo ha acaparado la atención de los medios de comunicación, el ámbito académico y la diplomacia internacionales. Este interés ha sido principalmente asociado a las medidas socioeconómicas implementadas por los Gobiernos de Hugo Chávez (1999–2013) y Nicolás Maduro (desde 2013), la polarización de las fuerzas políticas, las polémicas relaciones exteriores —dadivosas con sus aliados e incendiarias con sus adversarios— y las protestas masivas contra el gobierno del PSUV.

Inevitablemente omnipresente, la política venezolana del nuevo milenio ha definido no solo la vida pública, sino también el ámbito privado y, cómo no, las prácticas intelectuales y artísticas.

Una de las consecuencias de las transformaciones políticas y sociales de este periodo ha sido la escisión del campo literario nacional. A fin de comprender este fenómeno conviene hacer un repaso a la naturaleza y objetivos de las políticas culturales implementadas por el Gobierno revolucionario. Si bien es cierto que, desde los primeros años de la presidencia de Chávez, el interés por la producción y promoción de prácticas culturales ocupó un espacio destacado en el discurso oficial, a los fines de este estudio me intereso más particularmente en el periodo posterior a la crisis política que desencadenó la huelga general de 2002. A partir de ese momento, el régimen impone numerosos cambios estratégicos que afectan el campo cultural y que buscan afianzar la hegemonía revolucionaria. Al respecto, Emilia Bermúdez y Natalia Sánchez advierten que desde el año 2002 el sector cultural refleja un giro a favor del “discurso antiimperialista, nacionalista y populista sintetizado en las frases ‘rescate de la venezolanidad’, ‘rescate de nuestra memoria’, ‘rescate de nuestras tradiciones’ y ‘devolver a la patria su soberanía’” (561). De esta manera, el Estado emprendió un proceso de reestructuración y expansión de su plataforma cultural.