Algunos observadores han argumentado que el poder se nutre menos de la fuerza militar y la conquista que antaño. Para evaluar el poder internacional en la actualidad, elementos como la tecnología, la educación o el crecimiento económico son cada vez más importantes, mientras que la geografía, la población o las materias primas son más insignificantes.
Joseph Nye, JrDesde la época moderna, las relaciones entre países han estado determinadas por factores comerciales, geopolíticos y militares. Los distintos Estados han recurrido a su desarrollo económico, a su fuerza armada o a las capacidades negociadoras de sus líderes para influir en otras regiones y conseguir una buena posición en el terreno internacional. De ahí que la vieja historia diplomática haya prestado mayor atención a los flujos mercantiles, al poderío bélico de cada potencia y a los contactos que mantenían sus elites políticas. Sin embargo, otros aspectos como la educación, las redes intelectuales o las transferencias de ideas desempeñaron un papel destacado en este ámbito a lo largo de la pasada centuria. En consecuencia, la historiografía especializada ha vuelto su mirada a estos elementos culturales, que han pasado a ocupar un lugar central en el relato histórico.
A principios del siglo XX, la cultura comenzó a ser un componente relevante de las relaciones internacionales. Los servicios diplomáticos de los Estados Unidos de Norteamérica y de muchos países europeos se percataron de que las campañas de propaganda cultural eran muy útiles para obtener el apoyo de otras potencias o facilitar sus contactos con ellas. En este contexto, Francia y el Reino Unido fundaron corporaciones educativas que tenían una clara proyección exterior: el Institut Français (1922) y el British Council (1934). El equivalente español de estas organizaciones, el Instituto Cervantes, fue creado mucho más tarde, en 1991.
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